Como apunta Mel Elices en este post: “los exámenes crean tensión, malestar e inseguridad a los estudiantes. Les generan miedo y rechazo…” Y es que en la actualidad aún se prefieren los exámenes para evaluar a las alumnas y los alumnos de Primaria y Secundaria. Como hemos oído o leído decenas de veces, el resultado numérico puede estar sujeto a varios factores, y por lo tanto no refleja tanto como se pretende el nivel de los conocimientos adquiridos, y menos aún todo lo que se ha aprendido.
Si apostamos por un cambio educativo, no podemos dejarnos fuera las evaluaciones: lo bueno de esta situación en la que estamos es que hay modelos por experimentar y por desarrollar, a fin de conseguir una Educación más integradora y menos limitada.
Y antes de que me apuntéis el detalle: es cierto que falta formación a los docentes, y quizás estos necesitaría más apoyos (o como mínimo sentirse parte de centros educativos con objetivos renovadores). Por otra parte soy consciente de que amuchas familias les resultaría cuanto menos “extraño” advertir que sus niños ya no van a ser examinados, aunque sí evaluados. Como se suele decir “los cambios se hacen por bien de todos”, y ante una crisis educativa como la que se vive en este país, creedme: lo mejor que podemos hacer es cambiar.
El objetivo de todo sistema Educativo (y por extensión de la sociedad en conjunto) debería ser que las y los estudiantes se formen y aprendan. Pero un examen responde al propósito de “rendir cuentas” y a los alumnos actuales les pasa lo que a nosotros hace dos, tres o más décadas: que memorizan para sacar nota, y después olvidan, más triste y desesperanzador no puede ser. El aprendizaje es demasiado complejo para que encaje en un par de hojas a dos caras de preguntas y respuestas.
No será fácil, y en el proceso veremos cómo se producen diversos ajustes y cómo se suceden los cambios, pero es necesario seguir avanzando. Actualmente, ya vemos muchos ejemplos de aprendizajes activos, más centrados en el alumnado. Aunque como dice Alfie Kohn (experto en temas educativos y autor de libros como “El mito de los deberes”), se están dando situaciones contradictorias al combinar tales modelos con una evaluación más clásica.
Desde luego todo es mejorable, siempre que la meta sea la renovación y actualización por completo de un sistema educativo que tenía sentido cuando el mercado laboral estaba centrado en procesos industriales, ahora es otra cosa.
Las ‘otras’ estrategias de evaluación están documentadas, no es cuestión de inventar nada, sino de aplicar lo que sabemos que podría funcionar; para ello estaría bien que nos olvidáramos de esa imagen que muestra a 30 alumnos concentrados sobre sus pupitres mientras intentan acabar un examen que se les antoja interminable, y les proporcionará una nota más o menos alta, pero poca satisfacción personal, y un aprendizaje nada significativo.
Además que si desgranamos cada una de esas 30 historias nos podemos encontrar a quienes han llegado tranquilos al día del examen, pero también a otros que están muy nerviosos, o con dolor de barriga, angustiados, y no siempre depende de cómo se ha estudiado, sino con circunstancias personales, que jamás una prueba escrita va a tener en cuenta.
Un niño no es mejor ni más digno que otro por sacar siempre Excelente, será buen estudiante pero no sabemos nada sobre cómo gestiona los aprendizajes y de qué forma los aplicará en el futuro. De la misma forma, quien saca un 4, no es peor estudiante, aunque se va a sentir en situación de inferioridad y decepcionado, aún cuando sea inteligente y haya desarrollado competencias útiles para el futuro. No hay soluciones únicas, sino que cada docente debería probar e implantar las que crea que van a funcionar con sus alumnos.
Hay una serie de procedimientos que sabemos que podrían ser útiles:
Contribuye a mejorar las habilidades de relación, potenciando el trabajo en equipo y la búsqueda / elaboración de contenidos. Se centra mucho en el desarrollo de diferentes habilidades sociales, y convierte a los alumnos en protagonistas de un aprendizaje que en definitiva es suyo.
Quizás uno de los problemas que bloquean el cambio sea que nos hemos centrado mucho en las experiencias renovadoras, pero hay pocos ejemplos de escuelas que renuevan, y suelen ser modelos de gestión privados, y por lo tanto no accesibles a todas las familias. ¿Nos falta decisión? ¿es quizás cuestión de voluntad? Son muchas las preguntas que aún quedan por hacer.