Sin embargo, esta primicia también era una advertencia: España se seca. El megalito se había sacrificado para la creación del embalse, pero los niveles del agua del lago se habían desplomado tras meses de sequía intensa. Era la primera vez que resurgía la totalidad del monumento, pero probablemente no será la última: para 2040, se prevé que España será uno de los países más secos del mundo.
Las montañas influyen mucho en la meteorología española, ya que crean zonas climáticas y sombras orográficas que exageran la aridez natural de la región y atrapan la corriente de aire subtropical cálido y seco sobre el país cada verano. Esto convierte España en uno de los países más secos de Europa, con una media anual de precipitaciones de solo 636 milímetros. Al ser tan seca, España consume en torno al 50% del agua de la que dispone, una proporción elevadísima con un margen muy estrecho entre la oferta y la demanda. Esto deja al país en una situación de vulnerabilidad ante futuras fluctuaciones provocadas por la sequía o el aumento del consumo de agua, ambos factores bastante probables. De hecho, España ha vivido cuatro de sus años más cálidos registrados en la última década.
España ya vive la cruda realidad del cambio climático: cae aproximadamente un 25% menos de lluvia que hace 50 años y las temperaturas medias han aumentado hasta 8 °C en algunas regiones. Esto contribuye a tasas de evaporación más elevadas, que a su vez provocan precipitaciones e inundaciones más intensas. Solo en los últimos 20 años, se estima que el país ha perdido un 20% de su suministro de agua dulce, el nivel freático ha descendido drásticamente y lo poco que queda de hielo glaciar en los Pirineos (ya se ha perdido un 90%) se derrite rápidamente. Con la disminución de las lluvias invernales en 2016, los embalses alcanzaron sus niveles más bajos en décadas y un cuarto de los distritos declaró la emergencia hídrica. La ola de calor subsiguiente agravó la escasez de agua y las reservas hídricas nacionales descendieron a un alarmante 57% de su capacidad en abril de 2019. La situación solo va a seguir empeorando.
En los próximos 50 años, el panorama del cambio climático en España será desolador. Dentro de poco, la temperatura podría aumentar hasta 2,5 °C más, mientras que las precipitaciones podrían caer en torno a un 10%. La España central podría verse más afectada, con veranos más secos y cálidos que podrían extenderse tres meses más de lo normal. Se prevé que el agua subterránea disponible (de la que dependen muchos pueblos pequeños) disminuirá considerablemente al mismo tiempo que el clima semiárido del sudeste está en vías de transformarse en un clima árido.
Ante esta inminente crisis nacional, España está explorando métodos para aumentar el suministro hídrico y reducir el consumo de agua. Históricamente, la política hídrica de España se ha construido en torno a los embalses y los trasvases de agua; cada año se traspasan grandes cantidades de agua del río Tajo al sudeste. España cuenta con 1.300 embalses, o dicho en otras palabras 30 embalses por cada millón de habitantes, pero estos están decreciendo. Con el futuro incremento de las tasas de evaporación, el país está cambiando de rumbo: en lugar de intentar capturar, almacenar o trasladar más de sus precipitaciones menguantes, el plan consistirá en crear más agua dulce mediante la desalinización. Una sola planta cerca de Barcelona proporciona 200.000 metros cúbicos de agua potable a diario. Sin embargo, el agua desalinizada es cara: el proceso de producción de agua potable cuesta el doble y se limita al consumo municipal, ya que es poco rentable para la agricultura
Como casi el 70% del agua de España se destina a usos agrícolas, la desalinización podría no ser la solución, pero optar por sistemas eficientes de riego por goteo o abandonar cultivos que consumen mucha agua podría suponer una diferencia considerable. Esto podría controlarse mediante la fijación de los precios del agua, ya que el precio del agua española es demasiado bajo como para cubrir los costes de suministro o poner freno al derroche. La cuenca del Guadalquivir está dando ejemplo con un nuevo sistema de fijación de precios del agua que cobra más a los agricultores, lo que ha estimulado una reducción considerable del consumo agrícola. Otra opción sería expandir el uso del agua residual reciclada en la agricultura, un método empleado en Gran Canaria para regar las plantaciones de tomates y plátanos.
Por otra parte, en España hay más de 500.000 pozos ilegales que extraen más agua de los acuíferos subterráneos de la que puede remplazar la lluvia. Por consiguiente, el país se beneficiaría de una recarga de acuíferos que desvíe el exceso de agua superficial, el agua desalinizada y el agua residual tratada a los acuíferos agotados. Allí puede almacenarse durante los periodos secos sin el impacto medioambiental de crear nuevos embalses y evitando las grandes pérdidas que provoca la evaporación. De hecho, un uso más integrado del agua disponible será fundamental en la España del futuro en todos los ámbitos, es decir, depender más del agua superficial en periodos húmedos y del agua subterránea durante las sequías.
Otras medidas posibles incluyen arreglar las fugas de infraestructura española (aunque la inversión en mantenimiento está disminuyendo); trasvasar más agua del noroeste húmedo al sudeste árido (aunque es algo complejo y polémico); y minimizar la polución que amenaza con contaminar estos valiosos suministros. La conservación del agua, o usar el agua disponible de forma más eficaz, es fundamental y es algo que todos podemos hacer.
Del mismo modo que la agricultura, la industria y los municipios deben gastar menos agua, los hogares tendrán que hacer lo mismo. Los españoles deberemos adaptarnos a una vida con menos agua cerrando el grifo, tirando menos de la cadena e instalando dispositivos más eficientes como aireadores, cabezales de ducha, lavadoras y lavavajillas. Si conservamos el agua ahora, por ejemplo ahorrando 12 litros por minuto dándonos duchas más cortas o ahorrando 31 litros dejando de prelavar los platos antes de meterlos en el lavavajillas, quizá sea posible salvar a España de las peores consecuencias del estrés hídrico y dar a la siguiente generación un futuro mejor.
Fuente: National Geographic
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