Pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo. O al menos ese es el cálculo fácil si asumimos que dormimos unas 8 horas diarias de media y omitimos que como bebés pasamos más horas durmiendo y como ancianos dormimos menos (y descansamos peor). Sin embargo, hay gente que necesita sus 9 horas para estar fresco y otros que con apenas 4 tienen más que suficiente. Sabemos poco sobre cómo funciona el sueño y sus funciones exactas, pero empezamos a desvelar que tiene, incluso, algunos condicionantes genéticos. Ahora bien, sea como fuere, la media es la media, y pasar un tercio de la vida durmiendo parece muchísimo. Cabe preguntarse, por lo tanto, si realmente es tanto como intuimos. Algo que solamente podemos responder si nos comparamos con otros animales.
Y es que el sueño es tan universal que incluso los animales sin cerebro parece que son capaces de dormir. Podríamos pensar que fue al revés y que solo con la llegada del cerebro los seres vivos conocieron el sueño. Sin embargo, sabemos que animales con un sistema nervioso muy rudimentario y sin cerebro sufren cambios cíclicos en su actividad y su química que podríamos relacionar con el dormir. Por ejemplo, las hidras y las medusas, ambos invertebrados relativamente simples, parecen pasar por periodos de sueño. Sabiendo esto, tal vez deberíamos acotar los animales con los que queremos compararnos, porque, por mucho que duerman, no parece fácil ni útil compararnos con organismos tan distintos a nosotros como lo pueda ser un pez con sus cortas siestas sin párpados que les permitan cerrar los ojos.
Acotemos, por lo tanto, al mundo de los mamíferos. Una cuestión que nos ayudaría a orientarnos sería conocer los extremos, esto es: qué animal encabeza la lista de dormilones y qué mamífero es el más insomne. Por supuesto, todas estas listas están incompletas y, en las distancias cortas, puede haber discrepancias entre un estudio y otro, sin embargo, parece que tenemos una idea razonablemente aproximada de la respuesta. Puede que pensemos que el perezoso es el rey, pero no, ni de lejos.
Algunos estudios apuntan a que el perezoso apenas duerme unas 15 horas diarias, casi el doble que nosotros, pero nada en comparación con el koala. Este marsupial despunta con unas 20 horas diarias (22 en algunos individuos). Esto significa que pasan dormidos más de un 80% de su vida. Tienen que vivir cinco días para poder pasar 1 despierto, una de las consecuencias de su dieta en eucaliptos, tremendamente poco nutritiva. Para que disfrutaran de tantas horas de vigilia como un ser humano, tendrían que vivir más de 300 años.
Otro animal que está muy alto en la lista es el pequeño murciélago café, con casi 20 horas diarias. Desde luego, el nombre no parece bien elegido. No obstante, es momento de concentrarnos en el lado opuesto de la lista. En él encontramos una buena disputa entre animales como los elefantes, las jirafas, los caballos, y otros herbívoros que duermen entre 2 y 4 horas diarias. Animales que tienen algo en común: son las presas, no los predadores. Por supuesto que hay pocos peligros para un elefante adulto, pero también han de proteger a sus crías.
De hecho, parece haber una relación muy bien establecida entre los peligros a los que ha de sobrevivir una especie y las horas de sueño que puede permitirse. Y no es que pasen sueño, ni mucho menos, van en su naturaleza. Así que, como vemos, el rango es bastante amplio y cubre desde las 2 horas hasta las 22, nuestras 8 ya no parecen tantas, pero ¿qué sucede si nos comparamos solo con otros primates?
La complejidad de nuestro cerebro y nuestra situación acomodada y carente de amenazas de vida o muerte podrían hacernos pensar que dormimos más que otros primates. Sin embargo, la realidad es la contraria. Los estudios que han comparado nuestras horas de sueño con las de chimpancés, gorilas y orangutanes, han llegado a la conclusión de que nuestra rareza tiene un sentido opuesto. No es solo que no durmamos más, sino que dormimos menos.
Por ejemplo, los chimpancés, que junto con los bonobos son nuestros parientes vivos más cercanos, duermen en torno a unas 10 horas diarias de media. Una cuarta parte más de lo que dormimos nosotros, prácticamente lo que duerme un perro, por ejemplo. Y, por supuesto, no es que hayamos comparado humanos que tienen que madrugar para su trabajo con chimpancés que viven en la “tranquilidad” que da la cautividad. No son las horas que de media dormimos las personas, sino las que, de media, parece que necesitamos dormir. Y lo mismo en su caso.
Todavía no entendemos exactamente qué implicaciones tiene esto, porque, aunque sabemos que el sueño está relacionado con el ahorro de energía, la regeneración de tejidos y la fijación de recuerdos, no conocemos en detalle sus implicaciones. ¿Es casual que durmamos tan poco o realmente es consecuencia de nuestro desarrollo cognitivo? Es más, ¿podría ser al revés y que fuera nuestro desarrollo cognitivo el responsable de que durmamos menos? Lo único que más o menos parecemos saber es que este mayor tiempo en vigilia podría darnos una ventaja para construir relaciones sociales complejas frente a otros simios y que, de algún modo, pudiera haber influido notablemente en nuestro desarrollo cultural como especie.
Así que, por una vez, la respuesta parece clara: dormimos menos que otros animales. Dormimos menos que muchos otros mamíferos y menos que el resto de nuestros parientes cercanos. Por desgracia, necesitaremos que pase el tiempo para que esa respuesta de paso a un entendimiento más profundo de cómo funciona realmente el sueño.
Todavía no entendemos exactamente qué implicaciones tiene esto, porque, aunque sabemos que el sueño está relacionado con el ahorro de energía, la regeneración de tejidos y la fijación de recuerdos, no conocemos en detalle sus implicaciones. ¿Es casual que durmamos tan poco o realmente es consecuencia de nuestro desarrollo cognitivo? Es más, ¿podría ser al revés y que fuera nuestro desarrollo cognitivo el responsable de que durmamos menos? Lo único que más o menos parecemos saber es que este mayor tiempo en vigilia podría darnos una ventaja para construir relaciones sociales complejas frente a otros simios y que, de algún modo, pudiera haber influido notablemente en nuestro desarrollo cultural como especie.
Así que, por una vez, la respuesta parece clara: dormimos menos que otros animales. Dormimos menos que muchos otros mamíferos y menos que el resto de nuestros parientes cercanos. Por desgracia, necesitaremos que pase el tiempo para que esa respuesta de paso a un entendimiento más profundo de cómo funciona realmente el sueño.
Es conveniente recordar que no es lo mismo dormir que soñar. En la llamada fase REM, nuestro cerebro parece evocar recuerdos y generar con ellos historias que percibimos como sueños. Sabemos que otros animales sueñan, pasan por esa fase REM y, de hecho, podemos monitorizar la actividad de su cerebro y hacernos una idea de con qué sueñan. Por ejemplo, del mismo modo que cuando un perro dormido comienza a mover sus patas asumimos que está soñando que corre, se ha determinado que los diamantes mandarín suelen soñar que cantan y las ratas de laboratorio que resuelven laberintos. Es más, los expertos pueden llegar a deducir qué notas concretas están cantando y en qué lugar del laberinto se encuentran (respectivamente). Y claro, no todos los animales tienen la misma proporción de sueño REM, por ejemplo, un cuarto del tiempo que dormimos lo solemos pasar en fase REM. Los ornitorrincos, en cambio, tienen un REM de 8 horas de las 14 que duermen, eso es algo más de la mitad (proporcionalmente el doble que nosotros).
Fuente: La Razón
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